miércoles, 3 de agosto de 2011

La Expiación sana todo dolor


Kent F. Richards

Como cirujano, encontré que gran parte de mi carrera profesional estuvo dedicada al tema del dolor. Por necesidad, quirúrgicamente lo ocasionaba casi a diario; luego, la mayor parte de mis esfuerzos se centraban en tratar de controlarlo y mitigarlo.
He meditado acerca del propósito del dolor. Ninguno de nosotros es inmune a experimentar dolor. He visto a personas que lo toleran de maneras muy diferentes; algunas se apartan de Dios en ira y otras permiten que su sufrimiento los acerque más a Dios.

Al igual que ustedes, yo he sentido dolor. El dolor es un indicador del proceso de sanación y muchas veces nos enseña paciencia. Quizás por eso utilicemos la palabra paciente al referirnos a los enfermos.
El élder Orson F. Whitney escribió: “Ningún dolor que suframos ni ninguna prueba que experimentemos es en vano… contribuyen a nuestra educación, al desarrollo de virtudes como la paciencia, la fe, el valor y la humildad… Es mediante las penas y el sufrimiento, la dificultad y la tribulación que ganamos la educación que hemos venido a adquirir aquí”.
De forma similar, el élder Robert D. Hales ha dicho:
“El dolor le lleva a uno a un estado de humildad que invita a la meditación. Es una experiencia que agradezco haber sobrellevado…
“Comprendí que el dolor físico y la curación del cuerpo tras una operación seria son extraordinariamente similares al dolor espiritual y a la curación del alma en el proceso del arrepentimiento”.
Gran parte de nuestro sufrimiento no es necesariamente nuestra culpa. Los acontecimientos inesperados, las circunstancias adversas o decepcionantes, las enfermedades que alteran el curso de la vida e incluso la muerte nos rodean y afectan nuestra experiencia mortal. Además, podemos sufrir aflicciones por causa de las acciones de los demás. Lehi indicó que Jacob había “padecido… mucho pesar… a causa de la rudeza de [sus] hermanos”. La oposición es parte del plan de felicidad del Padre Celestial. Todos pasamos por la suficiente adversidad para que lleguemos a ser conscientes del amor de nuestro Padre y de la necesidad que tenemos de la ayuda del Salvador.
El Salvador no es un observador silencioso. Él mismo conoce en forma personal e infinita el dolor que enfrentamos.
“Él sufre los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres como mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán”.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Algunas veces en la profundidad del dolor, nos sentimos tentados a preguntar “¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico?”. Testifico que la respuesta es sí, hay un médico. La expiación de Jesucristo cubre todas esas condiciones y propósitos de la mortalidad.
Existe otro tipo de dolor del cual somos responsables. El dolor espiritual yace en lo profundo de nuestra alma y puede resultar insoportable, como si uno fuese atormentado por un “indecible horror”, tal como lo describió Alma. Ese dolor viene por causa de nuestras acciones pecaminosas y falta de arrepentimiento. Para ese dolor también existe una cura que es universal y absoluta; viene del Padre por medio del Hijo y es para cada uno de nosotros que esté dispuesto a hacer todo lo que sea necesario a fin de arrepentirse. Cristo dijo: “¿no os volveréis a mí ahora… y os convertiréis para que yo os sane?”.
Cristo mismo enseñó:
“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y que después de ser levantado sobre la cruz, pudiese atraer a mí mismo a todos los hombres…
“De acuerdo con el poder del Padre, atraeré a mí mismo a todos los hombres”.
Quizás Su obra de mayor importancia sea la labor continua que realiza con cada uno de nosotros de edificarnos, bendecirnos, fortalecernos, sostenernos, guiarnos y perdonarnos de manera individual.
Tal como Nefi vio en visión, gran parte del ministerio terrenal de Cristo fue dedicado a bendecir y sanar al enfermo con todo tipo de padecimientos: físicos, emocionales y espirituales. “Y vi a multitudes de personas que estaban enfermas y afligidas con toda clase de males…Y fueron sanadas por el poder del Cordero de Dios”.
Alma también profetizó que “él [saldría], sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y… [tomaría] sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo …
“Para que sus entrañas sean llenas de misericordia… a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”.
Acostado en una cama de hospital a altas horas de la noche, esta vez como paciente y no como médico, leí esos versículos una y otra vez. Medité: “¿Cómo se efectúa?, ¿por quién?, ¿qué se necesita para calificar?, ¿es similar al perdón del pecado?, ¿debemos ganarnos Su amor y ayuda?”. Al meditar, entendí que durante Su vida mortal Cristo eligió experimentar dolores y aflicciones para así comprendernos. Quizás nosotros también debamos pasar por las dificultades de la mortalidad para comprenderlo a Él y comprender nuestros propósitos eternos.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Cuando, en medio de la aflicción, debemos esperar el alivio prometido por el Salvador, nos confortará el hecho de que Él sabe, por experiencia propia, cómo sanarnos y auxiliarnos… y la fe en ese poder nos dará paciencia mientras oramos, trabajamos y esperamos Su ayuda. Él habría podido saber sencillamente por revelación cómo socorrernos, pero optó por aprender mediante Su propia experiencia”.
Esa noche me sentí “estrechado entre los brazos de Su amor”. Lágrimas de gratitud bañaron mi almohada. Después, al leer en Mateo en cuanto al ministerio mortal de Jesucristo, hice otro descubrimiento: “Y cuando era ya tarde, trajeron a él muchos… y sanó a todos los enfermos”. Él sanó a todos los que vinieron a Él; ninguno fue rechazado.
Como el élder Dallin H. Oaks enseñó: “Las bendiciones para sanar vienen de muchas maneras, cada una adaptada a nuestras necesidades individuales, que son conocidas para Él, quien más nos ama. A veces ‘la curación’ sana nuestras enfermedades o levanta nuestras cargas; pero otras veces se nos ‘sana’ al otorgársenos fortaleza, comprensión o paciencia para soportar las cargas que llevamos”. Todos los que vengan serán “recibido[s] en los brazos de Jesús”. Su poder puede sanar toda alma. Todo dolor puede ser aliviado. En Él podemos “[hallar] descanso para [nuestras] almas”. Nuestras circunstancias mortales quizás no cambien de inmediato, pero nuestro dolor, nuestra preocupación, nuestro sufrimiento y nuestro temor pueden ser consumidos en Su paz y bálsamo sanador.
Me he dado cuenta que los niños son más propensos a aceptar de forma natural el dolor y el sufrimiento; ellos lo soportan en silencio con humildad y mansedumbre. He sentido un hermoso y dulce espíritu alrededor de estos pequeñitos.
Sherrie, que tiene trece años, tuvo una cirugía de 14 horas para removerle un tumor de la médula espinal. Al recobrar el conocimiento en la sala de cuidados intensivos, ella dijo: “Papi, la tía Cheryl está aquí y el abuelo Norman y la abuela Brown están aquí. Papi, ¿quién es esa persona que está al lado tuyo? Se parece a ti pero es más alto. Dice que es tu hermano Jimmy”. Su tío Jimmy había fallecido a la edad de 13 años de fibrosis cística.
“Por casi una hora, Sherrie describió a sus visitantes, todos ellos miembros de la familia que ya habían fallecido. Después, exhausta, se quedó dormida”.
Más tarde le dijo a su padre: “Papi, todos los niños aquí en la unidad de cuidados intensivos tienen ángeles que los ayudan”.
A todos nosotros el Salvador ha dicho:
“He aquí, sois niños pequeños y no podéis soportar todas las cosas por ahora; debéis crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad.
“No temáis, pequeñitos, porque sois míos…
“Por tanto, estoy en medio de vosotros, y soy el buen pastor”.
Nuestro gran desafío individual en esta tierra es llegar a ser “santo[s] por la expiación de Cristo”. Posiblemente este proceso se mida más cuando ustedes y yo sentimos dolor. En la adversidad extrema podemos llegar a ser como niños en nuestro corazón, humillarnos y “orar, trabajar y esperar” pacientemente por la sanación de nuestra alma y nuestro cuerpo. Al igual que Job, después de ser perfeccionados mediante nuestras pruebas, nosotros “[saldremos] como oro”.
Testifico que Él es nuestro Redentor, nuestro Amigo y nuestro Intercesor, el Gran Médico, el Gran Sanador. En Él podemos encontrar la paz y el solaz durante y mediante nuestros dolores y pecados si sólo venimos a Él con un corazón humilde. Su “gracia… es suficiente”. En el nombre de Jesucristo. Amén.
                                                                                                                       
                                                                                      conferencia general 2011

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