Élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles |
La oraciónsincera requiere tanto comunicación sagrada comoobras consagradas.
Invito al Espíritu Santo para que nos
ayude al reflexionar en un principio que puede servir para que nuestras
oraciones sean más sinceras: el principio del Evangelio de pedir con fe.
Quiero repasar tres ejemplos en cuanto
al pedir con fe en oración sincera y analizar las lecciones que podemos
aprender de cada uno de ellos. Al hablar de la oración, hago hincapié en la
palabra sincera
. El simple hecho de orar es muy diferente a entregarse en sincera oración. Espero que todos ya sepamos que la oración es esencial para nuestro desarrollo y protección espiritual; no obstante, lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. A pesar de que reconocemos la importancia de la oración, todos podemos mejorar en cuanto a la regularidad y la eficacia de nuestras oraciones personales y familiares.
. El simple hecho de orar es muy diferente a entregarse en sincera oración. Espero que todos ya sepamos que la oración es esencial para nuestro desarrollo y protección espiritual; no obstante, lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. A pesar de que reconocemos la importancia de la oración, todos podemos mejorar en cuanto a la regularidad y la eficacia de nuestras oraciones personales y familiares.
Pedir con fe y actuar
El ejemplo clásico de pedir con fe es
José Smith y la Primera Visión. Cuando el joven José deseaba saber la verdad
acerca de la religión, leyó los siguientes versículos del primer capítulo de
Santiago:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y
le será dada.
“Pero pida con fe, no dudando nada”
(Santiago 1:5–6).
Fíjense, por favor, en el requisito de
pedir con fe que, a mi modo de entender, significa la necesidad no sólo de
expresar, sino de hacer; la doble obligación de suplicar y de ejecutar; el
requisito de comunicar y de actuar.
El meditar en este texto bíblico llevó a
José a retirarse a una arboleda cerca de su casa para orar y buscar
conocimiento espiritual. Presten atención a las preguntas que guiaron el
razonamiento y las súplicas de José.
“En medio de esta guerra de palabras y
tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál
de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es
verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?…
“Había sido mi objeto recurrir al Señor
para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál
unirme” (José Smith—Historia 1:10, 18).
Las inquietudes de José se centraban no
sólo en lo que necesitaba saber, sino en lo que debía hacer. Su oración no fue simplemente: “¿Cuál iglesia es la
verdadera?”. Su pregunta fue: “¿A cuál Iglesia debo unirme?”. José fue a la
arboleda a pedir con fe y estaba resuelto a actuar.
La verdadera fe se centra en el Señor
Jesucristo y siempre conduce a obras rectas. El profeta José Smith enseñó que
“la fe es el primer principio de la religión revelada y el fundamento de toda
rectitud” y que también es “el principio de acción en todos los seres
racionales” (Lectures
On Faith, 1985, pág. 1). La acción por sí sola
no es fe en el Salvador, sino que actuar de acuerdo con principios correctos es
el componente central de la fe. Por tanto, “la fe sin obras es muerta”
(Santiago 2:20).
Además, el profeta José explicó que “la
fe no sólo es el principio de acción, sino también de poder, en todos los seres
racionales, ya sea en los cielos o en la tierra” (Lectures On Faith, pág. 3). Por tanto, la fe en Cristo conduce a obras rectas que aumentan
nuestra capacidad y poder espirituales. El comprender que la fe es un principio
de acción y de poder nos inspira a ejercer nuestro albedrío moral según la
verdad del Evangelio, invita a nuestra vida los poderes redentores y fortalecedores de la expiación del
Salvador, e incrementa nuestro poder interior, por lo
que somos nuestros propios agentes (véase D. y C. 58:28).
Por mucho tiempo me ha impresionado la
verdad de que la oración sincera requiere tanto comunicación sagrada como obras
consagradas. Se requiere esfuerzo de nuestra parte antes de recibir bendiciones
y, la oración, que es un tipo de obra, es el medio señalado para lograr la más
suprema de todas las bendiciones (véase Bible Dictionary, “Prayer”, pág. 753).
Después de decir “amén”, seguimos adelante y perseveramos en la obra consagrada
de la oración actuando según lo que hayamos expresado a nuestro Padre
Celestial.
El pedir con fe requiere honradez,
esfuerzo, dedicación y perseverancia. Permítanme dar una ilustración de lo que
quiero decir y hacerles una invitación.
Nosotros oramos debidamente por la
protección y el éxito de los misioneros de tiempo completo de todo el mundo, y
un elemento común de muchas de nuestras oraciones es la súplica de que los
misioneros sean guiados a las personas y familias que estén preparadas para
recibir el mensaje de la restauración. Pero, a final de cuentas, es mi
responsabilidad y la de ustedes encontrar personas para que los misioneros les
enseñen. Los misioneros son maestros de tiempo completo; ustedes y yo somos
buscadores de tiempo completo y, como misioneros de toda la vida, ni ustedes ni
yo debemos orar para que los misioneros de tiempo completo hagan nuestro
trabajo.
Si ustedes y yo en verdad oráramos y
pidiéramos con fe, como lo hizo José Smith —si oráramos con la expectativa de
actuar y no sólo de expresar— entonces la obra de proclamar el Evangelio
avanzaría de manera extraordinaria. En esa oración de fe se incluirían los
siguientes elementos:
·
Agradecer a nuestro Padre Celestial las
doctrinas y ordenanzas del evangelio restaurado de Jesucristo que nos brindan
esperanza y felicidad.
·
Pedir valor y audacia para abrir la boca
y compartir el Evangelio con nuestros familiares y amigos.
·
Suplicar a nuestro Padre Celestial que
nos ayude a hallar a las personas y familias que serían receptivas a nuestra
invitación de que los misioneros les enseñen en nuestro hogar.
·
Prometer hacer nuestra parte hoy y esta
semana, y suplicar ayuda para superar la ansiedad, el temor y la indecisión.
·
Procurar el don del discernimiento, a
fin de tener ojos para ver y oídos para oír las oportunidades misionales que se
presenten.
·
Orar fervientemente por la fortaleza
para actuar de la forma que sabemos que debemos hacerlo.
En una oración así se expresaría
gratitud y se pedirían otras bendiciones, y se finalizaría en el nombre del
Salvador. Entonces la obra consagrada de esa oración continuaría y aumentaría.
Ese mismo modelo de comunicación sagrada
y obra consagrada se puede aplicar en nuestras oraciones por el pobre y el
necesitado, por el enfermo y el afligido, por familiares y amigos que estén
teniendo dificultades, y por aquellos que no estén asistiendo a las reuniones
de la Iglesia.
Testifico que la oración llega a ser
sincera cuando pedimos con fe y actuamos. Hago una invitación para que todos
oremos con fe en cuanto al mandato divino de proclamar el Evangelio. Si lo
hacemos, les prometo que se abrirán puertas y seremos bendecidos para reconocer
las oportunidades que se brindarán y para actuar de conformidad con ellas.
Después de la prueba de nuestra fe
Mi segundo ejemplo recalca la
importancia de perseverar a través de la prueba de nuestra fe. Hace unos años,
una familia de Estados Unidos viajó a Europa. Poco después de llegar a su
destino, el hijo de trece años se puso muy enfermo. Al principio, los padres
pensaron que el malestar estomacal se debía a la fatiga del largo vuelo, y la
familia continuó con el viaje.
En el transcurso del día, el estado del
hijo empeoró al aumentar la deshidratación. El padre le dio una bendición del
sacerdocio, pero no se notó una mejoría inmediata.
Pasaron varias horas y la madre se
arrodilló al lado de su hijo para suplicar en oración a nuestro Padre Celestial
por el bienestar del muchacho. Se encontraban lejos de su hogar, en un país
desconocido, y no sabían cómo conseguir asistencia médica.
La madre le preguntó al hijo si quería
orar con ella; ella sabía que sólo esperar la bendición solicitada no sería
suficiente y que tenían que seguir haciendo su parte. Al explicarle que la
bendición que había recibido aún tenía eficacia, ella sugirió que volviesen a
suplicar en oración, tal como lo hicieron los antiguos apóstoles: “Señor:
Auméntanos la fe” (Lucas 17:5). En la oración se profesó confianza en el poder
del sacerdocio y la determinación de perseverar en hacer todo lo que fuese
necesario para que la bendición se cumpliera, si es que en ese momento la
bendición estaba de acuerdo con la voluntad de Dios. Poco después de esa
sencilla oración, el hijo mejoró.
La fiel acción de la madre y de su hijo
invitó el poder prometido del sacerdocio y, en parte, satisfizo el requisito de
que “no [contendamos] porque no [vemos], porque no [recibimos] ningún
testimonio sino hasta después de la prueba de [nuestra] fe” (Éter 12:6). Así
como la prisión en la que estaban Alma y Amulek no se vino abajo “sino hasta
después de su fe”, y así como Ammón y sus hermanos misioneros no presenciaron
poderosos milagros en sus ministerios “sino hasta después de su fe” (véase Éter
12:12–15), así también la curación de este jovencito de trece años no ocurrió sino hasta después de su fe y se logró “según su fe en sus oraciones” (D. y C.
10:47).
No se haga mi voluntad, sino la Tuya
Mi tercer ejemplo destaca la importancia
de reconocer y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. Hace varios años,
había un joven padre que había sido activo en la Iglesia cuando era niño, pero
que durante la adolescencia siguió un sendero diferente. Después de su servicio
militar, se casó con una hermosa jovencita y al poco tiempo su hogar fue
bendecido con hijos.
Un día, inesperadamente, su hijita de
cuatro años enfermó gravemente y la internaron en el hospital. Desesperado, y
por primera vez en muchos años, el padre se puso de rodillas en oración para
suplicar por la vida de su hija. No obstante, su estado empeoró. Poco a poco,
este padre tuvo la impresión de que su hijita no viviría y, lentamente, sus
oraciones cambiaron; ya no oró para suplicar que se curara, sino para implorar
entendimiento. “Hágase Tu voluntad” era el estilo de sus súplicas.
Al poco tiempo, su hija entró en coma, y
el padre supo que no le quedaban muchas horas en la tierra. Fortalecidos con
entendimiento, confianza y poder más allá de los que poseían, los jóvenes
padres oraron de nuevo para suplicar la oportunidad de estrecharla entre sus
brazos mientras estuviera consciente. La niña abrió los ojos y sus frágiles
brazos se extendieron hacia sus padres para un último abrazo. Entonces murió.
Ese padre supo que sus oraciones habían sido contestadas; un Padre Celestial
bondadoso y caritativo había dado consuelo a sus corazones. Se había hecho la
voluntad de Dios y ellos habían logrado entendimiento. (Adaptado de H. Burke
Peterson, “Adversity and Prayer”, Ensign, enero de 1974, pág. 18).
El discernir y aceptar la voluntad de
Dios en nuestra vida son elementos fundamentales del pedir con fe en sincera
oración. Sin embargo, el solo decir las palabras “hágase Tu voluntad” no es
suficiente. Todos necesitamos la ayuda de Dios para someter nuestra voluntad a
la de Él.
“La oración es el acto mediante el cual
la voluntad del Padre y la del hijo entran en mutua armonía” (Bible Dictionary,
“Prayer”, págs. 752–753). La oración humilde, ferviente y constante nos permite
reconocer la voluntad de nuestro Padre Celestial y actuar de acuerdo con ella.
Y en esto, el Salvador nos brindó el ejemplo perfecto cuando oró en el Jardín
de Getsemaní, “diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya… Y estando en agonía, oraba más intensamente”
(Lucas 22:42, 44).
El objeto de nuestras oraciones no debe
ser presentar una lista de deseos o una serie de peticiones, sino asegurar para
nosotros y para los demás las bendiciones que Dios está ansioso por
concedernos, de acuerdo con Su voluntad y Su tiempo. Nuestro Padre Celestial
oye y contesta toda oración sincera, pero las respuestas que recibamos tal vez
no sean las que esperemos ni nos lleguen cuando y como las deseemos. Esta
verdad es evidente en los tres ejemplos que he presentado hoy.
La oración es un privilegio y el deseo
sincero del alma. Podemos ir más allá de las oraciones habituales y típicas y
participar en oraciones sinceras al pedir apropiadamente con fe y actuar, al
perseverar pacientemente a través de la prueba de nuestra fe, y al reconocer y
aceptar con humildad que “no se haga mi voluntad, sino la Tuya”.
Testifico de la realidad y la divinidad
de nuestro Padre Eterno, de Su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo, y del
Espíritu Santo. Testifico que nuestro Padre oye y contesta nuestras oraciones.
Ruego que todos nos esforcemos con mayor determinación por pedir con fe y de
ese modo hacer que nuestras oraciones sean en verdad sinceras. Suplico que así
sea, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.
Conferencia 2008 de Abril
Conferencia 2008 de Abril
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