martes, 24 de enero de 2012

Exhortarlos a Orar


Henry B. Eyring de la Primera Presidencia
Cuando era pequeño, mis padres me enseñaron a orar por medio del ejemplo. Al principio, en mi mente tenía la imagen de un Padre Celestial que estaba muy lejano; al ir madurando, mi experiencia con la oración ha cambiado. Esa imagen ha llegado a ser la de un Padre Celestial que está cerca, bañado de luz resplandeciente y que me conoce perfectamente.

Ese cambio tuvo lugar al adquirir un testimonio seguro de que la declaración que hizo José Smith en cuanto a la experiencia que tuvo en Manchester, Nueva York, en 1820 es verdadera:
“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, di­rectamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
“No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome  por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo! ” ( José Smith—Historia 1:16–17).
El Padre Celestial estuvo en la arboleda ese bello día de primavera; llamó a José por su nombre y presentó al resucitado Salvador del mundo como Su “Hijo Amado”. Siempre que oren, y dondequiera que oren, su testimonio de la realidad de esa gloriosa experiencia los bendecirá.
El Padre a quien oramos es el Dios glorioso que creó mundos por medio de Su Amado Hijo. Él escucha nues­tras oraciones al igual que escuchó la oración de José, tan claramente como si se ofrecieran en Su presencia. Nos ama tanto que ofreció a Su Hijo como nuestro Salvador y, mediante ese don, hizo posible que ganáramos la inmor­talidad y la vida eterna. Además, por medio de la oración en el nombre de Su Hijo, Él nos brinda la oportunidad de comunicarnos con Él en esta vida, con tanta frecuencia como lo deseemos. 

Los poseedores del sacerdocio de La Iglesia de Jesu­cristo de los Santos de los Últimos Días tienen la sagrada responsabilidad de “visitar la casa de todos los miembros, y exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto” (D. y C. 20:47; cursiva agregada). 
Hay muchas maneras de exhortar a alguien a orar. Por ejemplo, podemos testificar que Dios nos ha man­dado orar siempre, o podemos describir ejemplos de las Escrituras y de nuestra propia experiencia sobre las bendiciones que se reciben de las oraciones de gratitud, súplica y petición. Por ejemplo, yo puedo testificar que sé que nuestro Padre Celestial contesta las oraciones; he recibido guía y consuelo de las palabras que han acudido a mi mente, y sé, por medio del Espíritu, que las palabras provenían de Dios. El profeta José Smith tuvo esa clase de experiencias, y ustedes también las pueden tener. Él recibió esta respuesta a una oración sincera:
“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; “y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará...”               (D. y C. 121:7–8).
Eso fue una revelación de un amoroso Padre a un hijo fiel sumamente angustiado. Todo hijo de Dios se puede comunicar con Él mediante la oración. Ninguna exhorta­ción a orar ha tenido un efecto tan grande en mí como lo han tenido los sentimientos de amor y de luz que vienen con las respuestas a humildes oraciones.
Obtenemos un testimonio de cualquier mandamiento de Dios al guardar ese mandamiento (véase Juan 7:17). Eso es así respecto al mandamiento de que oremos siem­pre vocalmente y en secreto. Como su maestro y amigo, les prometo que Dios contestará sus oraciones y que, mediante el poder del Espíritu Santo, pueden saber por ustedes mismos que las respuestas provienen de Él.

Liahona de febrero 2012

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